Haití se encontraba sin un gobierno debido a
que sufrió un golpe de estado y se encontraba en una crisis social muy
importante, por lo cual recurrió a la ayuda de las naciones unidas para que
interviniera, y así poder organizar y dar paz a la nación.
El gobierno Argentino decidió colaborar con
este país enviando personal de las fuerzas armadas (marina, aérea y militar).
También envió el hospital reubicable a puerto
príncipe, ciudad de Haití.
A
mediados del 2004 se abrió una misión de paz en
Haití (Haití I) que constaba de llevar ayuda de todo tipo, desde el hospital
reubicable, médicos, enfermeras, administradores, militares, etc. El mismo se
llevaba a cabo en el lazo de 6 meses, los voluntarios debían cumplir con ciertos
requisitos para poder participar de la misión y debían estar dispuestos a
alejarse de su país, familiares, y hogares es ese plazo. Luego en el 2005 se dio
la segunda misión de Haití de los cascos azules (Haití II) que duró también un lapso
de 6 mese iniciándose en febrero y finalizando en agosto.
Hasta el día de hoy la nación unida continúa
colaborando con Haití enviando a los cascos azules desde Argentina y muchos
otros países del mundo voluntarios (Perú, Chile, Venezuela, Brasil, etc.).
Su nombre es Alfredo
Calandra, tiene 50 años de edad, es un médico cordobés especializado en
cirugía, trabaja en el hospital de urgencias; el hospital militar; y el
aeronáutico. Tiene tres hijos (María José, Pía y Juan Manuel) y está divorciado
hace 13 años.
A fines del 2004 se postuló a
través de la fuerza aérea como voluntario para asistir a la segunda misión humanitaria
realizada en Haití (puerto príncipe) que salía en febrero con una duración de
seis meses. Asistió a la oficina de la fuerza aérea llevando su curriculum para
ser evaluado y ver si era elegido para ser uno de los integrantes de los cascos
azules.
A fines de diciembre recibió
un escrito en el cual la fuerza aérea le informaba que había sido seleccionado
junto a otros 300 participantes más entre los cuales se encontraban enfermeras,
cocineros, administradores, personal de seguridad, anestesistas, personal de
logística, etc. Y a su vez 68 de ellos fueron los voluntarios que integraban el
hospital aeronáutico. Alfredo era uno de los dos únicos médicos cirujanos que
fueron elegidos para asistir a la misión.
Comenzó inmediatamente a
realizar los trámites para partir rumbo a Haití junto con todo el grupo de paz,
sacó un pasaporte diplomático, reorganizó sus horarios para pasar más tiempo
con sus hijos, etc. Todo lo demás, ropa, comida, uniformes, hospedaje; era
responsabilidad del gobierno.
Cuando llegó la hora de darles
la noticia a sus hijos, ellos reaccionaron en un comienzo mal, dado que eran
muy chicos y no les agradaba la idea de no ver a su padre durante seis meses,
pero finalmente logró darles a entender el propósito del viaje, ya que era una
cuestión laboral y de solidaridad. En cuanto a sus amigos, todos lo apoyaron
incondicionalmente, ofreciéndole todo tipo de ayuda que necesite.
Ya era hora, febrero había
llegado, y el día en que debía partir también. Los 300 voluntarios se
dirigieron a Buenos Aires para dirigirse rumbo a Haití en un avión de la fuerza
aérea.
La llegada fue sorpresiva, al
llegar se encontraron con los participantes de la primera misión, todos con
cara de satisfacción, lo que motivo aún más a Alfredo. Los colectivos de la
fuerza aérea que los llevarían a donde
se alojarían ya estaban esperándolos en las puertas del aeropuerto, eran todos
blancos y llevaban las letras UN (United Nations) lo cual señalaba que eran de
los cascos azules y que estaba prohibido atacarlos.
Al llegar a su nuevo hogar
por los próximos seis, Alfredo sintió en el pecho una sensación de miedo y
ansias a su vez. El predio donde se instalaban estaba situado alrededor del
hospital reubicable. Estas instalaciones estaban pintadas al igual que los
colectivos que los trasladaban.
Las habitaciones estaban
conformadas por cinco personas en cada una, y cada uno se organizaba con quien
estaría en la habitación, dado que podrían tener alguna preferencia a la hora
de convivir con algunas personas.
Alfredo escogió la habitación
con un encargado de la parte informática y tres enfermeros más.
Acomodaron sus pertenencias y
fueron a asistir a los heridos que se encontraban en el hospital reubicable
para revisar que estuviesen estables. Luego al llegar la noche, se dirigieron
al comedor en el cual se servía el mismo menú para los 300 voluntarios por
igual. Al terminar cada uno iba rumbo a su habitación para descansar.
El día comenzó a las 6.30, se
prepararon con sus uniformes, desayunaron y 7.30 comenzaron las tareas
asistenciales. En su primer día comenzaron con operaciones obteniendo buenos
resultados, no hubo que lamentarse de ninguna perdida o falla alguna, los
heridos ingresaban constantemente al hospital, mientras las enfermeras se
ocupaban de ellos, y Alfredo juntos a su amigo Alejandro, el otro cirujano que
asistió, se encargaban de los pacientes mas graves en la sala de operaciones.
Los días transcurrían y
Alfredo hacía con excelencia su trabajo, había días en los cuales no ingresaba
ningún herido, en otras ocasiones únicamente ingresaban 2 o 3 heridos. Una
tarde impactó a Alfredo la llegada de doce heridos por armas de guerra. El
hospital se movilizó, las enfermeras corrían de un lado a otro buscando
medicamentos, calmantes, gasas y demás para ayudar a los pacientes que acaban de
ingresar, debían dar el diagnóstico urgente de cada uno para ver si debían ser
transferidos a cirugía o si tenían daños menores. Siete de los doce debieron transferirlos
a cirugía, ya que los daños eran graves y hubo que realizar dos amputaciones,
una de pierna, y a otro del brazo.
Los meses pasaban y la rutina
se cumplía a raja tabla todos los días, madrugar, desayunar, y partir a las
tareas asistenciales que duraban hasta las 17.00hs con un intervalo para almorzar. El hospital
contaba con guardias activas las 24hs, quien no esté en guarda activa, lo
estaba en pasiva y debía estar en forma inmediata en cualquier necesidad o
urgencia.
Alfredo extrañaba a sus
familiares, sus hijos, sus amigos, los compañeros de trabajo con los cuales compartía
nuevas experiencias todos los días, inclusive extrañaba su casa, su país y
sobre todas las cosas, extrañaba la paz que él tenía en su hogar. Cada día
faltaba menos para volver a su país, a su casa, con sus hijos, y con su rutina
habitual que tenia antes de asistir a la misión.
A pesar de las desgracias con
las que tenia que convivir todos los días allí, del sufrimiento que tenia que
presenciar, Alfredo se mostraba completamente satisfecho con el hecho de poder
colaborar y ayudar a aquellas personas que más lo necesitaban, que se
encontraban en situaciones entre la vida y la muerte, el se llenaba el alma
cada vez que salvaba la vida de alguien, en su mayoría jóvenes, quienes tenían
toda una vida por delante. Su mayor satisfacción era esa, saber que el formaba
parte de una organización la cual era la diferencia entre la vida y la muerte
de un ser humano, que gracias a ellos podían evitar una cantidad inmensa de
muertes.
Ya habían transcurrido seis
meses, los cascos azules estaban orgullosos de todo lo que habían logrado, de
la ayuda que había ofrecido, de la compasión por tantas personas en riesgo.
Lograron tomar un ritmo de vida que poco podrían hacer. El hecho de madrugar
todos los días de lunes a lunes, trabajar todos los días, estar 24hs a
disposición y alerta por cualquier emergencia, ver montones de jóvenes, adultos y en ocasiones niños entrar
gravemente heridos; era un ritmo que los primeros 3 meses le fue difícil para
Alfredo y el resto de los voluntarios acostumbrarse.
Agosto, llego el mes de
volver a casa, administradores, militares, enfermeras, anestesistas, los dos
cirujanos entre los cuales se encontraba Alfredo, preparaban sus bolsos con las
pertenencias, con recuerdos que se llevaban del lugar, de puerto príncipe.
Alfredo había juntados en tres frascos un poco de arena para cada uno de sus
hijos, quería llevar un poco de la tierra de ese lugar,
ya que lo que había vivido allí sería inolvidable y lo llevaría con él para
toda su vida. Era una experiencia única que lo ayudó a crecer en lo profesional
y como persona.
“Los más difícil de la misión:
Estar alejado de mis seres queridos.” (Alfredo Calandra).
Suizer, Pilar.