viernes, 27 de septiembre de 2013

Cascos Azules

Haití se encontraba sin un gobierno debido a que sufrió un golpe de estado y se encontraba en una crisis social muy importante, por lo cual recurrió a la ayuda de las naciones unidas para que interviniera, y así poder organizar y dar paz a la nación.
El gobierno Argentino decidió colaborar con este país enviando personal de las fuerzas armadas (marina, aérea y militar). 
También envió el hospital reubicable a puerto príncipe, ciudad de Haití. 


 A mediados del 2004  se abrió una misión de paz en Haití (Haití I) que constaba de llevar ayuda de todo tipo, desde el hospital reubicable, médicos, enfermeras, administradores, militares, etc. El mismo se llevaba a cabo en el lazo de 6 meses, los voluntarios debían cumplir con ciertos requisitos para poder participar de la misión y debían estar dispuestos a alejarse de su país, familiares, y hogares es ese plazo. Luego en el 2005 se dio la segunda misión de Haití de los cascos azules (Haití II) que duró también un lapso de 6 mese iniciándose en febrero y finalizando en agosto.
Hasta el día de hoy la nación unida continúa colaborando con Haití enviando a los cascos azules desde Argentina y muchos otros países del mundo voluntarios (Perú, Chile, Venezuela, Brasil, etc.).

Su nombre es Alfredo Calandra, tiene 50 años de edad, es un médico cordobés especializado en cirugía, trabaja en el hospital de urgencias; el hospital militar; y el aeronáutico. Tiene tres hijos (María José, Pía y Juan Manuel) y está divorciado hace 13 años.
A fines del 2004 se postuló a través de la fuerza aérea como voluntario para asistir a la segunda misión humanitaria realizada en Haití (puerto príncipe) que salía en febrero con una duración de seis meses. Asistió a la oficina de la fuerza aérea llevando su curriculum para ser evaluado y ver si era elegido para ser uno de los integrantes de los cascos azules.
A fines de diciembre recibió un escrito en el cual la fuerza aérea le informaba que había sido seleccionado junto a otros 300 participantes más entre los cuales se encontraban enfermeras, cocineros, administradores, personal de seguridad, anestesistas, personal de logística, etc. Y a su vez 68 de ellos fueron los voluntarios que integraban el hospital aeronáutico. Alfredo era uno de los dos únicos médicos cirujanos que fueron elegidos para asistir a la misión.
Comenzó inmediatamente a realizar los trámites para partir rumbo a Haití junto con todo el grupo de paz, sacó un pasaporte diplomático, reorganizó sus horarios para pasar más tiempo con sus hijos, etc. Todo lo demás, ropa, comida, uniformes, hospedaje; era responsabilidad del gobierno.
Cuando llegó la hora de darles la noticia a sus hijos, ellos reaccionaron en un comienzo mal, dado que eran muy chicos y no les agradaba la idea de no ver a su padre durante seis meses, pero finalmente logró darles a entender el propósito del viaje, ya que era una cuestión laboral y de solidaridad. En cuanto a sus amigos, todos lo apoyaron incondicionalmente, ofreciéndole todo tipo de ayuda que necesite.
Ya era hora, febrero había llegado, y el día en que debía partir también. Los 300 voluntarios se dirigieron a Buenos Aires para dirigirse rumbo a Haití en un avión de la fuerza aérea.
La llegada fue sorpresiva, al llegar se encontraron con los participantes de la primera misión, todos con cara de satisfacción, lo que motivo aún más a Alfredo. Los colectivos de la fuerza aérea  que los llevarían a donde se alojarían ya estaban esperándolos en las puertas del aeropuerto, eran todos blancos y llevaban las letras UN (United Nations) lo cual señalaba que eran de los cascos azules y que estaba prohibido atacarlos.   

Al llegar a su nuevo hogar por los próximos seis, Alfredo sintió en el pecho una sensación de miedo y ansias a su vez. El predio donde se instalaban estaba situado alrededor del hospital reubicable. Estas instalaciones estaban pintadas al igual que los colectivos que los trasladaban.
Las habitaciones estaban conformadas por cinco personas en cada una, y cada uno se organizaba con quien estaría en la habitación, dado que podrían tener alguna preferencia a la hora de convivir con algunas personas.
Alfredo escogió la habitación con un encargado de la parte informática y tres enfermeros más.
Acomodaron sus pertenencias y fueron a asistir a los heridos que se encontraban en el hospital reubicable para revisar que estuviesen estables. Luego al llegar la noche, se dirigieron al comedor en el cual se servía el mismo menú para los 300 voluntarios por igual. Al terminar cada uno iba rumbo a su habitación para descansar.
El día comenzó a las 6.30, se prepararon con sus uniformes, desayunaron y 7.30 comenzaron las tareas asistenciales. En su primer día comenzaron con operaciones obteniendo buenos resultados, no hubo que lamentarse de ninguna perdida o falla alguna, los heridos ingresaban constantemente al hospital, mientras las enfermeras se ocupaban de ellos, y Alfredo juntos a su amigo Alejandro, el otro cirujano que asistió, se encargaban de los pacientes mas graves en la sala de operaciones.
Los días transcurrían y Alfredo hacía con excelencia su trabajo, había días en los cuales no ingresaba ningún herido, en otras ocasiones únicamente ingresaban 2 o 3 heridos. Una tarde impactó a Alfredo la llegada de doce heridos por armas de guerra. El hospital se movilizó, las enfermeras corrían de un lado a otro buscando medicamentos, calmantes, gasas y demás para ayudar a los pacientes que acaban de ingresar, debían dar el diagnóstico urgente de cada uno para ver si debían ser transferidos a cirugía o si tenían daños menores. Siete de los doce debieron transferirlos a cirugía, ya que los daños eran graves y hubo que realizar dos amputaciones, una de pierna, y a otro del brazo.
Los meses pasaban y la rutina se cumplía a raja tabla todos los días, madrugar, desayunar, y partir a las tareas asistenciales que duraban hasta las 17.00hs  con un intervalo para almorzar. El hospital contaba con guardias activas las 24hs, quien no esté en guarda activa, lo estaba en pasiva y debía estar en forma inmediata en cualquier necesidad o urgencia.
Alfredo extrañaba a sus familiares, sus hijos, sus amigos, los compañeros de trabajo con los cuales compartía nuevas experiencias todos los días, inclusive extrañaba su casa, su país y sobre todas las cosas, extrañaba la paz que él tenía en su hogar. Cada día faltaba menos para volver a su país, a su casa, con sus hijos, y con su rutina habitual que tenia antes de asistir a la misión.
A pesar de las desgracias con las que tenia que convivir todos los días allí, del sufrimiento que tenia que presenciar, Alfredo se mostraba completamente satisfecho con el hecho de poder colaborar y ayudar a aquellas personas que más lo necesitaban, que se encontraban en situaciones entre la vida y la muerte, el se llenaba el alma cada vez que salvaba la vida de alguien, en su mayoría jóvenes, quienes tenían toda una vida por delante. Su mayor satisfacción era esa, saber que el formaba parte de una organización la cual era la diferencia entre la vida y la muerte de un ser humano, que gracias a ellos podían evitar una cantidad inmensa de muertes.
Ya habían transcurrido seis meses, los cascos azules estaban orgullosos de todo lo que habían logrado, de la ayuda que había ofrecido, de la compasión por tantas personas en riesgo. Lograron tomar un ritmo de vida que poco podrían hacer. El hecho de madrugar todos los días de lunes a lunes, trabajar todos los días, estar 24hs a disposición y alerta por cualquier emergencia, ver montones de  jóvenes, adultos y en ocasiones niños entrar gravemente heridos; era un ritmo que los primeros 3 meses le fue difícil para Alfredo y el resto de los voluntarios acostumbrarse.
Agosto, llego el mes de volver a casa, administradores, militares, enfermeras, anestesistas, los dos cirujanos entre los cuales se encontraba Alfredo, preparaban sus bolsos con las pertenencias, con recuerdos que se llevaban del lugar, de puerto príncipe. Alfredo había juntados en tres frascos un poco de arena para cada uno de sus hijos, quería llevar un poco de la tierra de ese lugar, ya que lo que había vivido allí sería inolvidable y lo llevaría con él para toda su vida. Era una experiencia única que lo ayudó a crecer en lo profesional y como persona.

“Los más difícil de la misión: Estar alejado de mis seres queridos.” (Alfredo Calandra).

Suizer, Pilar.








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